La entrevista.

Entrevista de un importante medio de comunicación en Zacatecas, Zac, México. “ECODIARIO”

  • Gracias al Lic. José Pablo mercado Solís, actual director del Instituto de la Defensoría Pública del Estado de Zacatecas, por su gestión.

ZACATECAS, ZAC.- Ser madre de familia y una edad en la que mucha gente considera que no tiene caso no fue impedimento para que Josefina Venegas Rodríguez fuera tras sus sueños y a sus 52 años recibiera su primer sueldo como abogada.

Josefina trabaja en el Instituto de la Defensoría Pública del Gobierno del Estado, donde hizo méritos durante un año y medio para conseguir un espacio laboral, tras graduarse como Licenciada en Derecho, hace casi tres años.

Este fin de mes de febrero, fue el primer pago que recibió por la labor que realiza como abogada defensora en materia Civil, Familiar y Mercantil, luego de que José Pablo Mercado Solís, titular de la dependencia, le dio la oportunidad de integrarse al equipo de litigantes.

Pero el camino para ello no fue fácil: ser la oveja negra de entre sus 11 hermanos, vivir en un ambiente rural en el que la mujer solo debe dedicarse al hogar y los hijos, y un matrimonio de 34 años, en el que el machismo prevaleció todo el tiempo, el costó años de letargo.

no”, recordó Josefina al tiempo que reconoce que, al no hallarlo, optó por casarse a los 18 años.

Luego tuvo cuatro hijos y en ese tiempo le hizo la lucha a colaborar con los ingresos familiares a través de un negocio de venta de zapatos, no sin antes recordar que su primer empleo “formal” fue limpiando una casa, donde luego ascendió a hacer comida y ayudar a vender.

EL MACHISMO, SU PRINCIPAL YUGO

Durante sus 34 años de matrimonio, el machismo prevaleció en la casa, aunque en muchas ocasiones ella se sobrepuso e impulsó a sus hijos a que estudiaran y en eso, al final su esposo sí estuvo de acuerdo, “pero que yo estudiara no”.

Debido a que a su marido se le presentó la necesidad de estudiar y para no emprender una nueva travesía solo, aceptó que Josefina, a sus 42 años, estudiara junto con él y se inscribieron en la preparatoria, en el sistema semiescolarizado, “hasta nos tocó en el mismo salón”.

Pero él pronto claudicó y la qui- so arrastrar de nuevo a la casa, “pero yo insistí y continué con mis estudios”; al terminar decidió entrar a Derecho, en el sistema escolarizado de la UAZ, donde todos los alumnos eran jovencitos recién salidos de la preparatoria.

Ahí duró hasta el quinto semestre, cuando optó por cambiarse al semiescolarizado, pues sentía que no encajaba “con la chiquillada”; en el nuevo sistema compartió experiencias con gen- te de mayor edad que ella, que fue ejemplo e inspiración para continuar.

Para continuar con sus estudios, Josefina buscó una opción y otra para conseguir el menor costo posible: hacer servicio social, solicitar condonaciones aquí y allá, y pedir apoyos, “porque mi marido no me daba para mis estudios. Para el transporte yo le rascaba al chivo y de ahí agarraba. A veces le echaba menos jitomate a la sopa o reciclando las libretas de mis hijos para ajustar para cosas de mi escuela”.

“Sufrí de todas las violencias que hay, hasta que tomé valor para rebelarme, para continuar con mis estudios, aunque siguiera siendo dependiente”, recuerda la abogada.

Hoy, luego de tres años de graduada y de conocer el mundo profesional en el ambiente de la abogacía como meritoria durante 8 horas al día por casi año y medio, se siente satisfecha de poder ayudar a muchas mujeres, a quienes comprende porque coincide con su forma de vida.

En su casa, sus hermanos reconocen que fue la rebelde. Su mamá todo el tiempo la regañó por ser la que se salió del carril, de las tradiciones y de la cultura en la que el hombre es el que sale, pero llegó a acompañarla a la es- cuela, donde vio que sus compañeros la tratan con respeto y admiración.

“Ahora me toca recoger los frutos de mi esfuerzo. Mi carrera es mi orgullo. Le pido a Dios vida y salud para seguir como profesionista sin olvidar mis raí- ces. Hay que perseguir los sueños”, expresó.

NUMEROSA FAMILIA, EL PRIMER RETO

Conseguir permiso de sus padres, Toribio Venegas y Martina Rodríguez, para que la dejaran estudiar, fue imposible. Josefina fue la novena hija de 12 y ninguno de sus hermanos había estudiado más allá de la telesecundaria.

Su obligación, como el de los demás, era trabajar de sol a sol en el campo, luego de hacer las labores domésticas y preparar el lonche para todos; terminar la tele- secundaria fue el último paso en sus estudios, pues no sabía qué seguía.

Vivía en una familia de escasos recursos y convivía en un entorno similar, en la comunidad La Pimienta, donde luego, a sus 18 años, ya la estaban considerando “una quedada”, porque ahí las de 14 ya tenían al menos novio.

“Pero yo decía en mis adentros que el estudio era el camino para salir de ese mundo, solo que no sabía dónde encontrar ese camino.